Reflexiones acerca de la muerte y el COVID-19

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Por: María Consuelo Mejía
Católicas por el Derecho a Decidir – México

 

Pensar en la proximidad de la propia muerte es muy fuerte. Pero tener la oportunidad de pensarla y planearla es un privilegio.

 

Es un honor para mí haber sido invitada a escribir para la revista Conciencia Latinoamericana. Agradezco a la Red Latinoamericana de Católicas por el Derecho a Decidir y al Comité Editorial, la invitación.

Estamos viviendo una situación inédita e inimaginable que ha trastocado todos los esquemas de la vida presente y futura. Para quienes hemos dedicado nuestra vida a la defensa de los derechos humanos de mujeres y niñas desde una perspectiva ética católica y feminista, esta situación extraordinaria nos presenta varios retos.

Además de la necesidad de tomar medidas de protección, para nosotras y quienes están en nuestro círculo más cercano, y de adaptar las dinámicas del trabajo y de las labores del hogar, tenemos que enfrentar la incertidumbre de un enemigo invisible y altamente peligroso, la distancia de las personas que queremos, la inseguridad acerca de que estamos haciendo lo necesario para protegernos, el encierro, la soledad, el miedo profundo a la muerte.

Sabemos del impacto diferenciado de la pandemia generada por el Covid – 19 para las mujeres y las niñas y sobre todo para las que viven en situaciones de discriminación y pobreza. Sabemos que la pesada carga del trabajo doméstico caería sobre las mujeres, que además de cumplir con sus obligaciones laborales, tienen que encargarse de las labores de limpieza y alimentación, y hacerse cargo de apoyar a sus hijos e hijas en las labores escolares. Todo esto en medio de una creciente violencia de género contra las mujeres y las niñas exacerbada por el confinamiento forzoso en espacios muy chicos, en los que se han visto obligadas a convivir con sus agresores.

Para quienes estamos comprometidas con los derechos humanos de las mujeres y las niñas, esta situación nos impone recurrir a todos los recursos que tengamos a la mano para fortalecernos física y emocionalmente y poder así desplegar todo lo que esté a nuestro alcance para sobrellevar la situación, y poder apoyar a quienes no cuentan con nuestros privilegios.

La pandemia del Covid – 19 ha puesto a prueba todos los sistemas de funcionamiento de la sociedad y las capacidades científicas y técnicas de los países más industrializados.  La imposibilidad de controlar su expansión y la tasa de mortalidad que ha generado, aunque algunos expertos no la califican de alta, han creado una situación de pánico colectivo. Si bien es cierto que todos los gobiernos del mundo han enfrentado la situación dictando medidas de protección, ha habido confusión, contradicciones en la información que se da y en las medidas que se decide instrumentar. Y pérdidas incalculables en la economía de los países, que afectan de manera más intensa a las personas en situación de marginación y pobreza, específicamente a las mujeres y las niñas.

La incertidumbre, el confinamiento, las situaciones desastrosas que se pronostican en todos los aspectos de la vida futura causan angustia y ansiedad, incluso a quienes tenemos los privilegios de quedarnos en casa sin nadie que amenace nuestra seguridad, de contar con un salario que nos permita sostenernos y apoyar a quienes no lo tienen, a quienes tenemos el privilegio de una fe que nos fortalece y acompaña en todos los momentos de nuestras vidas. En todo caso, no nos libramos de esos sentimientos de pánico, angustia, ansiedad, pues no saber qué viene después genera este tipo de sentimientos.

Entre los múltiples aspectos que afloraron en nuestras vidas con la pandemia del Covid – 19 está el miedo a la muerte. Pues a pesar de que todos los días mueren personas debido a distintas enfermedades, con el Covid – 19 estamos contando los muertos diariamente. Y además verificamos cada día que algunas de nosotras, por lo menos ese es mi caso, tenemos en contra otros factores de salud que nos ponen en el grupo de más alto riesgo de morir debido al Covid – 19.

Paradójicamente esa proximidad anunciada de la muerte, es una oportunidad, una posibilidad de pensarla, de planearla, de trabajarla, a pesar del rechazo, del miedo, del terror que significa pensar en esa posibilidad. La muerte y la soledad en la que algunas personas hemos tenido que enfrentar el confinamiento, son aspectos de esta pandemia que necesariamente impactan en la salud mental.

Pensar en la proximidad de la propia muerte es muy fuerte. Pero tener la oportunidad de pensarla y planearla es un privilegio. Considero que el derecho que tenemos todas las personas a decidir sobre todos los aspectos de nuestra vida, incluye el derecho a decidir cómo terminarla. Hablamos del derecho a la muerte digna, que en las condiciones que estamos viviendo significa tomar las medidas necesarias ante la posibilidad de contagiarnos y ante las opciones que nos ofrecen las autoridades de salud en el país en el que vivimos. Y se trata de que estas medidas se hagan realidad, se trata de que no nos quedemos con la expresión del deseo de lo que quisiéramos que sucediera ante el contagio.

Para quienes profesamos una fe, este es un momento de profunda reflexión, de oración, de confrontación con nuestros propios deseos.  Quienes pensamos que la muerte es un tránsito hacia un estadio superior de bondad, paz y armonía, enfrentamos la contradicción de no querer aceptarlo. No queremos aceptar dejar de ser quienes somos, despedirnos de nuestros hijos e hijas, de nuestros familiares más cercanos, de nuestras amigas y amigos, dejar de disfrutar de la música y el arte, dejar de trabajar por la justicia para las mujeres, por la paz y la búsqueda de la felicidad.

Despedirse, porque nos vamos a morir, de las personas más cercanas, de nuestra vida presente, en absoluto goce de nuestras facultades y deseos, requiere de una fortaleza espiritual a toda prueba.

Además, tenemos que prepararnos en muchos aspectos. Empezando por hablar del tema para quitarle el miedo, para compartir las ideas que han pasado por nuestras cabezas, para fortalecer nuestras decisiones. Y prepararnos significa tener nuestros papeles al día, el testamento y la voluntad anticipada, debidamente legalizados; escogida la modalidad del funeral y comunicadas las decisiones sobre asuntos que no estén contemplados en el testamento.

Sabemos que la hospitalización es muy probablemente el camino a la muerte y podemos decidir no hospitalizarnos, con lo que evitaríamos someternos a estar solas en el hospital en donde lo más probable es que nos intuben y de ahí a la muerte hay una altísima probabilidad.  Si decidimos no hospitalizarnos, tendríamos que tener preparado un tanque de oxígeno, las medicinas necesarias y una médica o médico que nos pueda vigilar en el proceso de muerte. Además, tendríamos que haberlo hablado y acordado con nuestros hijos, hijas, parientes más cercanos y amigues. Tendríamos que potenciar el desapego como virtud para sobrellevar este momento tan difícil.

También esta posibilidad es un privilegio determinado por las profundas desigualdades que atraviesan a todos los países de América Latina.  La gran mayoría de los cerca de 20,000 muertos que se han documentado en México no han podido pensar en su propia muerte; han tenido que pasar varios viacrucis para obtener un lugar en un hospital y quedar aislados de sus familiares; los que recurren a los servicios públicos cuando han tenido suerte han sido tratados medianamente bien. Por otra parte, el personal médico que se solidariza con los enfermos de Covid – 19, se ha inventado diversas formas para que se puedan comunicar con sus familiares, cartas que ellos y ellas llevan a quienes están apostados en la puerta del hospital, mensajes cariñosos y estimulantes en sus uniformes, celulares que ellos accionan para que puedan hablar con sus seres queridos.  Además, la crisis económica derivada de la pandemia afecta fuertemente a los sectores en situación de pobreza, de donde provienen la mayoría de los enfermos y de quienes mueren.

No puedo imaginar lo que sería estar en un corredor de un hospital inmovilizada, en la antesala de la muerte, lejos de las personas que quiero y que me quieren.  En todo caso, tomaré las medidas necesarias para no tener que ser hospitalizada a menos que tenga todas las garantías de que podré tener cerca a mi familia.

La situación en la que estamos viviendo no permite asegurar nada, garantizar nada, solamente la incertidumbre, pues se dice que todas las personas nos vamos a infectar algún día. Para quienes sumamos 3 o 4 comorbilidades, esperar el momento del contagio, es casi con certeza esperar la muerte. Por lo menos tenemos el privilegio de planearla y de trabajar para quitarnos el pánico que produce su proximidad.  Nunca queremos morirnos, a pesar del paraíso prometido, del estadio superior que alcanzaríamos, según la fe que profesamos.  En todo caso, esta fe también será nuestro mayor apoyo si tenemos que enfrentar ese momento en la soledad y el desamparo.

Mientras tanto haremos todo lo que esté en nuestras manos para cuidarnos y cuidar a los demás. Mientras que la ciencia y la tecnología trabajan para producir una vacuna o un tratamiento que permita superar el Covid – 19. Recurrir a nuestras comunidades de referencia es un recurso muy importante.  Permite que no nos sintamos solas en esta circunstancia tan dolorosa e inexplicable.